domingo, 13 de octubre de 2013

Cura, sana, culito de rana

Todas las madres lo saben: un beso de mamá lo cura todo. El niño viene corriendo, llorando a voz en cuello. Con confianza absoluta, te enseña la pupa, sea lo que sea. Mira, mamá... Y tú miras, le das un beso, le recitas el cura, sana, y ¡voilá!, la magia se hizo. La herida es la misma, pero ya no es igual. Las lágrimas se secan, los sollozos se apagan. Se está curando, porque tú lo has dicho, y si no es hoy, será mañana...

Si los adultos supiéramos hacer eso... Enseñar a Jesús nuestras heridas de guerra, nuestras llagas podridas, nuestras pupas miserables. Y dejarnos curar, con la confianza y la sencillez de los niños pequeños, que se dejan querer porque no saben aún resistirse al amor, no conocen la soberbia que nos hace a los adultos avergonzarnos de necesitar algo, de no ser autosuficientes.

Llegar a la Comunión y abrazarnos a Él, y llorar nuestras miserias, igual que un niño, y dejarnos consolar, y saber que Él sí que hace que todo este bien. Él nos cura de verdad, únicamente con que se lo pidamos, y una y otra vez, con una paciencia que no tenemos las madres.

Aprendamos.

2 comentarios:

  1. Cuanta razón tienes.
    Me ha gustado mucho esta reflexión.
    Un abrazo grandote

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