viernes, 18 de abril de 2014

Viernes

Marco asomó la cabeza con cuidado. Los soldados acababan de arrastrar al preso al interior del fortín de la guarnición. No era probable que el rebelde fuera peligroso, no después de la brutal paliza que había recibido. Aun así, Marco era precavido por naturaleza, y por experiencia.

El judío estaba sentado en una esquina, los antebrazos apoyados sobre las rodillas, la cabeza gacha, jadeando como si hubiera corrido durante horas. No era la primera vez que Marco veía un flagelado, y sabía que en breve comenzarían los temblores.

El hombre levantó la cabeza y fijó los ojos en Marco. Un primer impulso de pánico se desvaneció al momento, al ver que en lugar de la mirada enloquecida, llena de odio o de pavor de los presos habituales, aquellos ojos transmitían serenidad. Calma. Dulzura.

Un calor extraño se instaló en su pecho y sintió que se le llenaban los ojos de agua. Hizo un esfuerzo para contener las lágrimas, y se concentró en su objetivo. Estaba allí un poco por curiosidad y otro poco por oportunismo. Algunos presos tenían objetos de valor más que dudoso, pero para Marco, cualquier cosa era buena.

- ¿Quieres que le de algún mensaje a tu familia? Tu esposa, tus hijos. ¿Tienes algo que quieras que les entregue?

Normalmente con estas palabras era suficiente. Los condenados rebuscaban cualquier cosa que pudiera tener un mínimo valor, ya fuera monetario o sentimental, para enviar a la familia. Cinturones, sandalias, anillos (si habían conseguido hurtarlos a los soldados). Marco vendía su botín sin muchos remilgos. Se justificaba diciendo que los despojos del muerto servirían de doloroso recuerdo a la familia. Además, a él le hacía más falta, sin duda.

La madre de Marco había muerto el año anterior, unos días antes de que él cumpliera doce años. Había sido amante de un general, decía, y guardaba como recuerdo los restos remendados y desteñidos de una toga púrpura. Se ganaba la vida haciendo recados para la guarnición, cocinando, lavando, recomponiendo ropa o calzado. Las malas lenguas decían que tenía otros talentos y otras fuentes de ingresos. No sabía quién era el padre de Marco, y el muchacho se había metido en muchas peleas por ese motivo.

El judío no contestó a su pregunta. Simplemente le miró, y le sonrió. Una sonrisa hermosa, amable, completamente fuera de lugar en esa situación. Marco se preguntó si el hombre estaba tan loco como decían. Al fin y al cabo, se creía hijo de Dios. Visto que no parecía nada violento, se acercó más a él. La sonrisa del preso se hizo más amplia y más dulce. Y a Marco se le cortó la respiración. Quiso decirle algo, pero las palabras que salieron de su boca no eran las que había pensado.

- ¿Es verdad que eres hijo de Dios?

El hombre habló por primera vez, con la misma dulzura que transmitían sus ojos y su sonrisa.
- Sí, lo soy. Y tú también lo eres.

Una oleada de rabia y confusión se apoderó de Marco, y apretó los puños. ¡Elmiserable judío se estaba mofando de él! Mientras se pensaba si se atrevería a golpear al reo, éste habló de nuevo.
 
- No te enfades, Marco, Sé quién era tu madre y sé quién eres tú. Y te repito, Dios es tu Padre. Y te quiere con locura.
 
En ese momento el hombre empezó a temblar, primero suavemente, y en seguida con terribles sacudidas. Marco sabía que era normal, la reacción tras el enorme esfuerzo físico de soportar la flagelación. Sin embargo, se sintió invadido por una gran ternura y un deseo tremendo de cuidar de aquel hombre, y salió corriendo hacia el cuchitril donde guardaba sus cuatro trastos. Volvió al cabo de unos minutos, con su más preciada posesión: la toga púrpura heredada de su madre. La extendió cuidadosamente sobre el judío tembloroso, que le respondió con una mirada de gratitud y una sonrisa que recordaría toda la vida.
 
Los soldados entraron entonces, entre carcajadas y maldiciones. Llevaban una especie de casco hecho de espinos, que estaban acabando de trenzar. Uno de ellos se había pinchado la mano y profería terribles juramentos. Los otros, viendo al preso cubierto con la toga, se echaron a reír.
 
- ¡Marco, chaval, eres único! ¡Le faltaba la toga para parecer realmente el rey de los judíos!
 
Pusieron a Jesús de pie entre varios, mientras le colocaban en la cabeza brutalmente el casco de espinos. Él se dejó hacer con mansedumbre, a pesar de que su rostro se crispó cuando las púas se clavaron en su piel. Le sacaron a empujones y gritos, mientras Marco, inmóvil, contemplaba la escena. Jesús se volvió a mirarle, inclinó la cabeza y siguió a sus torturadores.
 
 
 

4 comentarios:

  1. Marco se encontró con Jesús sin buscarle, y cuando le encontró, no entendió bien qué pasó dentro de el... Le movió a la entrega de lo mas preciado que tenía, lo material y lo intangible....
    Pero, ¿y luego?
    ¿Qué hizo Marco?
    Y yo, ¿qué hago yo después de un flash de esos?
    Anda que no da esto que has escrito para darle vueltas...

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    1. Fue Marco el que encontró a Jesús? O Jesús el que encontró a Marco?

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  2. Muchas gracias. Me ha gustado mucho.

    Vila

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