Esta mañana, antes de subir al coche, el ritual matutino de rascar el hielo del parabrisas. Algo después, ya en marcha, aparece en medio del cristal un trocito de hielo, que asciende con rumbo indeciso, primero hacia un lado, luego hacia el otro, luego, decididamente, en línea recta hacia arriba. Impulsado, sin duda, por las inexorables leyes de la física que, por Gracia Divina y pese a mi padre, desconozco casi por completo.
En ese momento, me imagino que cualquier otro más sabio hubiera meditado sobre el significado, sin duda profundísimo, sobre el evidente simbolismo del hielo, por más señas agua en estado sólido (seguramente también permito añadir algún otro matiz de misticismo), trepando contra la gravedad por mi parabrisas.
A mí solo se me ha ocurrido: ¡Coño, qué curioso!
Y he seguido conduciendo camino de Mercadona...
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