Esta mañana he salido de casa aún a oscuras. Junto a mi puerta, un árbol verde grisáceo, bastante mocho aún por la poda de hace un mes.
A la vuelta, mientras cae muy flojito el aguanieve, el verdegrís se ha tornado en amarillo brillante. La mimosa ha florecido a traición, sin avisar, de golpe y porrazo. La foto no hace justicia porque el cielo está muy cubierto.
La mimosa me retrotrae a los días de Galicia. En estas fechas, las veredas y los márgenes de las carreteras se tiñen de amarillo mimosa, que ilumina la umbría permanente. Se anuncia la primavera, a pesar de la amenaza de nieve en el aire.
La mimosa no se da en Madrid, decían. Se te va a helar, decían.
Va para siete años que está la mimosa en la puerta, Y las flores de mimosa son el milagro brillante que para mí significa, desde hace muchos años, el final del invierno.
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